Los persas, de Esquilo. Versión resumida para estudiantes de secundaria
Personajes:
Coro
de ancianos
Acosa
(madre del rey)
Mensajero
Sombra
de Darío
La
escena tiene lugar en Susa, capital de los persas, delante del
palacio del Gran Rey. El coro está compuesto de ancianos consejeros
del monarca, llamados Fieles.
Corifeo:
De los persas que han marchado a la tierra griega, estos son los
llamados Fieles, guardianes de este palacio lleno de oro que el rey
Jerjes escogió para vigilar sobre el país. Cuando pienso en el
regreso del rey y del ejército, se me encoge el corazón porque
ningún mensajero ni jinete llega con noticias.
Amistres,
Artafrenes, Megabates y Astaspes son los capitanes persas que fueron
al combate junto con Artambaces, Masistres y el valiente Imeo,
arquero victorioso y Farandaces, y Sóstenes el conductor de carros.
Guerreros de toda Asia se han juntado para hacer caer sobre los
griegos el yugo de la esclavitud.
Los
guerreros de Pesia se han marchado y toda Asia llora con nostalgia
por ellos.
Coro:
el ejército del rey, destructor de ciudades, ya debe estar en la
ribera del continente vecino. Son sanguinarios, rudos y fuertes, pero
¿qué mortal puede escapar al astuto engaño de un dios?
Dulce
y halagador, Ate atrae al hombre hacia sus redes y ningún mortal
puede huir.
Todas
las mujeres persas han seguido con nostalgia amorosa al belicoso y
valiente esposo y qudan solas en el yugo.
Corifeo:
vamos, persas, sentémonos bajo este tejado antiguo para meditar
sabia y profundamente, examinando la situación del rey Jerjes. Pero,
miren, aquí llega la madre del rey, que todos la saluden con los
homenajes debidos.
(El
coro se postra y entra la Reina en su carro, seguida por un numeroso
cortejo)
Oh
reina, soberana de las mujeres persas, madre venerable de Jerjes,
salve, mujer de Darío. Madre de un dios, si la ancestral fortuna no
abandona a nuestro ejército.
Reina:
por eso he venido aquí, la inquietud desgarra mi corazón, desde que
mi hijo partió con el deseo de devastar la tierra de Jonia vivo
acosada por los sueños nocturnos. Anoche, soñé que dos mujeres
bien vestidas se peleaban. Mi hijo, al darse cuenta, las calmaba,
después les coloca el yugo sobre el cuello. Entonces una aceptaba su
suerte dócil mientras la otra destrozaba el carro y el yugo. Mi hijo
caía, su padre, Darío, acude a su lado, pero Jerjes rasga los
vestidos que le cubren. Al despertar mojé mis manos en las
corrientes puras de una fuente y me acerqué al altar para ofrecer
una torta a los dioses protectores y vi un águila que huía al hogar
de Febo. Un gavilán destrozó con las garras la cabeza del águila,
que solo se acurrucaba. Esto fue difícil de contemplar. Ahora sé
que mi hijo, si triunfa, será un rey admirable, pero si fracasa no
rendirá cuentas al país.
Corifeo:
acércate a los dioses en súplica. Si viste algo siniestro, pide que
aparten de ti su cumplimiento, pero que realicen todo lo bueno para
ti, para tus hijos, para el país y para todos tus amigos. Creemos
que estos presagios se realizarán del todo bien.
Reina:
todo lo que concierne a los dioses lo realizaré, pero hay cosas que
quiero saber: ¿en qué lugar de la tierra está situada Atenas?
Corifeo:
lejos, hacia el poniente, donde desaparece el sol
Reina:
¿mi hijo desea tomar esa ciudad
Corifeo:
toda la Hélade.
Reina:
¿tienen un ejército numeroso?
Corifeo:
sí, y le han hecho mucho daño a los medos.
Reina:
¿y tienen riqueza?
Corifeo:
mucha.
Reina:
¿Usan flechas y arcos?
Corifeo:
no, espadas y escudos. Se acerca un hombre corriendo, parece ser un
persa.
(llega
corriendo el mensajero)
Mensajero:
de un solo golpe ha desaparecido pisoteada la flor de los persas. ¡Ay
de mí! Es una desgracia ser el primero en anunciar males.
Coro:
horribles desgracias, inauditas y desgarradoras. Lloren, persas, al
oír este dolor.
Mensajero:
sí, todo está terminado. Las riberas de Salamina está llena de
cadáveres que un funesto destino ha destrozado.
Coro:
los dioses han dispuesto todo para la perdición completa de los
persas. ¡Ay, ejército destruido!
Mensajero:
¡Cómo gimo al acordarme de Atenas!
Coro:
sí, Atenas, odiosa para nuestra perdición.
Reina:
estoy abrumada por las desgracias, pero quiero conocer todas las
noticias. Dime quién, de entre los jefes, no ha muerto, a quién
hemos de llorar y quién ha dejado, al morir, su lugar vacío.
Mensajero:
Jerjes vive y ve la luz
Reina:
tus palabras son para mi casa una gran luz, un día blanco después
de la sombría noche.
Mensajero:
Artambares está siendo golpeado a lo largo de la de la escarpada
costa de Silenia, Dadaces, bajo el golpe de una lanza, ha dado un
ligero salto desde su nave. Lileo, Arsames y Argestes cargan la dura
costa con sus cabezas vencidas. Mátalo de Crisa, murió junto con
Arabo y Artames. Amistris, Amfistreo, Ariomardo, Sísames y Taribis
yacen muertos. Sienisis, el más valiente de los hombres, causó mil
bajas a los enemigos y murió gloriosamente.
Reina:
Oigo los más supremos males para los persas. Pero ¿cuántas naves
tenían los griegos para atacar al ejército persa?
Mensajero:
Trescientos navíos, Jerjes, al contrario, conducía una flota de mil
naves. Los dioses protegen la ciudad de la diosa Palas.
Reina:
¿Atenas está intacta?
Mensajero:
Sí.
Reina:
¿quién empezó la lucha?
Mensajero:
el que inició fue un espíritu vengador. Un heleno le dijo a Jerjes
que los helenos huirían de sus naves al anochecer. Jerjes ordenó
colocar las naves en tres líneas porque no sospechó del engaño.
Los jefes de las naves obedecieron, pero pasó toda la noche sin que
la flota helénica huyera. Al llegar el día los helenos comenzaron
la lucha. Las naves persas chocaban contra ellas mismas y como la
multitud de las naves estaba agrupada en el estrecho no se podían
prestar ayuda. Las naves helénicas rodearon y embistieron las naves
persas y el mar se cubrió de despojos y de cuerpos. Nunca, nunca en
un solo día había perecido tal multitud de hombres.
Reina:
¡ay! Un vasto océano de desgracias se ha precipitado sobre los
persas.
Mensajero:
esto no es ni la mitad de los males.
Reina:
¿y qué desgracia puede ser más cruel?
Mensajero:
los mejores persas han perecido vergonzosamente de la muerte más
ignominiosa.
Reina:
¿qué clase de muerte?
Mensajero:
delante de Salamina hay una isla estrecha, Jerjes envío ahí a los
mejores hombres con el fin de que mataran a los soldados helenos que
huyeran de sus naves. Pero los helenos estaban ahí con armaduras de
bronce y rodearon la isla. Lanzaron miles de piedras y flechas a los
persas hasta que los exterminaron a todos. Jerjes, que observaba todo
desde un sitial, rompió en sollozos al comtemplar eso, rasgó sus
vestidos, dio una orden al ejército de tierra y huyó.
Reina:
¡odioso destino! Mi hijo ha traído sobre sí esta multitud de
desgracias. Pero dime, ¿dónde están las naves que escaparon a la
destrucción?
Mensajero:
los capitanes de las naves huyeron sin orden. Nosotros logramos
llegar a territorio focense. ¡La ciudad entera lamentará la muerte
de los jóvenes del país!
(el
mensajero se va)
Reina:
nuestro ejército está aniquilado, iré a rogar ante los dioses para
que el destino nos reserve algo mejor. Ustedes comuniquen los
acontecimientos y si mi hijo llega antes que yo, consuélenlo,
acompáñenlo al palacio no sea que traiga sobre nosotros más males.
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