El no nacido capítulo IV
Samantha
cerró el puño, y aplastando el papel con sus notas arrojó éste al
cesto de la basura. Por más vueltas que daba a su presupuesto y a
sus gastos, los ingresos le resultaban insuficientes. Activo: la
mitad de la colegiatura, de parte de su padre, su beca de biología,
una pequeña pensión de su madre y un Ford Pinto de cinco años.
Pasivo: su mitad de la colegiatura, la renta del departamento,
comida, vestido y los inminentes honorarios de obstetricia y
pediatría. Trataba de considerar todos los ángulos posibles, pero
al final concluyó que, aun cuando vendiera su auto, se mujdara a una
vivienda más barata y solicitara estampillas alimenticias, sus
cifras quedaban todavía en la columna de las rojas por un total de
mil dólares. Tenía que conseguir otro trabajo.
La
visita al director de su departamento había sido decepcionante. En
investigación biológica no existían empleos eventuales. El
presupuesto del departamento era apenas una rebanada insignificante
del pastel de toda la universidad. La cubierta se la habían quitado
ya los profesores más egregios y no dejaron más que una marchita
costra de harina para la administración. Aparte del dinero de su
beca, no podía disponerse de un centavo más, para investigación de
ninguna especie.
En
otros departamentos tropezó con el mismo problema. Las facultades de
ciencias básicas recibían poco de los ingresos que entraban a la
universidad. La mayor parte del dinero la absorbía el hospital y sus
numerosas subdivisiones. Como persona lógica que era, Samantha se
encaminó al hospital.
A
mediodía la cafetería del personal médico estaba siempre llena.
Samantha se abrió paso con esfuerzo por entre aquel mar de chaquetas
blancas, hasta encontrar un asiento frente al mostrador. Pidió café
y reflexionó sobre el siguiente paso que debería dar. La oficina de
empleos parecía un lugar razonable para empezar, pero lo probable
era que no ofreciera más que trabajos de tiempo completo, de la
clásica variedad empleados/obreros.
Tal
vez si lograra conocer al jefe de servicios de alguno de los
departamentos clínicos, él podría informarle de algunas posibles
aventuras monetarias dentro de su jurisdicción. Ella reapsó
mentalmente los diversos departamentos clínicos. Recordó los de
cirugía, medicina interna y, por supuesto, de obstetricia. De hecho,
su médico formaba parte del personal del hospital. Decidió entablar
conversación con el médico interno, sin afeitar, que tenía al
lado.
-Discúlpeme,
¿sabe dónde puedo encontrar el departamento de obstetricia?
Él
la observó, con una gota de salsa de botella a punto de escurrirle
de la boca. Aquella mujer era a todas luces la hembra más atractiva
que había visto en muchas semanas.
--Usted
está demasiado silenciosa para tener dolores de parto.
-Se
trata de alumbramiento natural.
El
le miró el abdomen.
-Yo
diría que es más bien un alumbramiento inmaculado. Ni siquiera hay
protuberancia del vientre...
-Gracias,
pero no hablo de obstetricia refiriéndome a tocología de parto
inminente. Me refiero a las oficinas departamentales.
-¿Por
qué no me lo dijo desde un principio?
-¡Por
qué no se lo dije desde un principio! ¿a qué se deberá que siento
que es difícil obtener una respuesta directa de usted?
-Tal
vez porque usted está en lo correcto
-Muy
bien, empecemos de nuevo. ¿Sabe dónde puedo encontrar el
departamento de obstetricia
-¿Qué
parte de él?
Haciendo
acopio de paciencia, respondió:
-La
oficina del jefe de servicios.
-¿El
jefe de servicios o el director del departamento?
-¡Me
doy por vencida! ¡Usted ganó! -de un gran sorbo terminó su café y
recogió su nota de caja- ¡Gracias por nada!
-Espere,
espere. Hablo en serio -el médico sonrió-. El departamento de
obstetricia está esparcido en cuatro pisos. El lugar al que deba ir
dependerá de lo que busque. Por principio de cuentas ¿qué anda
buscando?
Samantha
se volvió a dejar la nota de caja sobre la mesa y explicó:
-La
realidad es que ando en busca de un trabajo.
-¿En
el departamento de obstetricia? ¿es enfermera?
-No.
Hago estudios de especialización como investigadora auxiliar de
biología. Busco un empleo de tiempo parcial y el hospital parece ser
aquí el único sitio con dinero.
-Eso
sí es cierto. Pero, ¿por qué elige obstetricia?
-Me
parece un terreno tan bueno como cualquier otro, para empezar.
-¿Ya
vio el tablero de anuncios?
-¿Cuál
tablero de anuncios?
-El
que está a la entrada de la cafetería. Señorita, usted anda en
medio de neblina. Tiene cerca de seis metros de longitud. No es
posible dejar de verlo. Está cubierto de avisos: cuartos de
alquiler, viajes para esquiar, empleos eventuales... Hay muchas
oportunidades para donadores de semen...
-¡Cuánto
le agradezco la noticia!
-Claro...
supongo que usted no llena los requisitos para esa oferta. Pero
revise lso avisos. Tal vez encuentre lo que anda buscando.
Samantha
le dio las gracias, pagó su nota y salió al corredor. Centenares de
carteles y anuncios llenaban con creces el tablero. En efecto, el
semen parecía tener gran demanda para varios trabajos de
investigación. Samantha pasó veinte minutos examinando los
anuncios. Existían varios empleos que podían convenirle. Había
laboratorios de animales que requerían atención, perfiles
psicológicos que necesitaban investigación. También se necesitaba
una mujer que estuviera dispuesta a permitir que su cuerpo se usara
para enseñar a los estudiantes de medicina cómo se hacen los
exámanes ginecológicos. Samantha descartó esa oferta sin vacilar,
y estaba a punto de darse por vencida cuando otro aviso le llamó la
atención.
Un
laboratorio de investigación solicitaba voluntarios que no hicieran
otra cosa que dormir. Alguien estaba dispuesto a pagar a los
participantes seleccionados cnco dólares por hora de simple
somnolencia, en turnos de ocho horas. En un momento, Samantha calculó
que si “trabajaba” tres días a la semana en ese empleo, podía
acumular unos mil dólares en poco más de dos meses. No estaba mal.
Ella podía dormir tan bien como su vecina. Anotó la extensión
telefónica del laboratorio.
Sin
darse tiempo a cambiar de parecer, encontró un teléfono del
hospital y llamó al Laboratorio de Investigación sobre el Sueño.
Esperaba tener que hablar con algún burócrata de bajo nivel, pero
la mujer que respondió a su llamada era de una cortesía
estimulante. Se mostró ansiosa de conocer a Samantha y le dio
indicaciones claras y concisas para llegar al laboratorio. Subió
ocho pisos, atravesó tres corredores en el edificio de investigación
más cercano al hospital, y llegó a su destino. Una mujer rolliza de
cincuenta y tantos años le hizo seña de que pasara.
-¿Samantha
Kirstin? Soy la señora Rutledge.
Su
apretón de mano era cálido y firme.
-El
doctor Bryson acaba de ir a la clínica. Me pidió que le enseñara
el laboratorio y le diera una solicitud para llenarla.
-¿El
doctor Bryson es el jefe?
-Es
el director del laboratorio. En realidad, es un neurólogo y ahora
está en la clínica de neurología. ¿Sabe usted algo de nuestros
trabajos sobre el sueño?
-No,
pero soy una estudiante de mente ágil.
La
señora Rutledge sonrió y comentó:
-La
verdad es que son muy sencillo. Además, pueden ser muy placenteros.
¿Es usted estudiante de medicina aquí?
-Soy
estudiante de posgrado en biología.
-Bueno...
muy bien. La mayoría de nuestros voluntarios son estudiantes de
medicina. Algunos piensan que lo saben todo y consideran que mi
explicación es una pérdida de tiempo. ¿Usted ha oído hablar de
EEG, del electroencefalograma?
-¿La
máquina que registra las ondas cerebrales?
-Exactamente.
En la investigación sobre el sueño, el instrumento esencial es el
EEG. En el trabajo que el doctor Bryson dirige ahora, estamos
midiendo los efectos de una nueva píldora para el sueño sobre el
EEG de voluntarios durmientes. Al parecer, el efecto de la píldora
sobre las ondas cerebrales tiene mucho que ver con su éxito como
somnífero. En esta época del año se acercan los exámenes finales
y dos de nuestros participantes se han retirado. ¿Usted estaría
dispuesta a tomar parte activa?
-¿Qué
tengo que hacer?
-Tiene
que ser capaz de relajarse y, si es posible, dormir con electrodos
pegados a su cuero cabelludo. Además de este aparato, el único
instrumento de nuestro trabajo es una cama con sábanas limpias, en
un cuarto iluminado, a prueba de ruido.
-Me
hace pensar en una película pornográfica...
La
señora Rutledge río de buen grado.
-Querida
mía, a juzgar por algunos de los sueños que nuestros voluntarios
hombres dicen tener, a veces yo también pienso lo mismo. Venga.
Ahora estamos a mitad de una sesión. ¿Quiere observar?
-¡Claro!
La
señora Rutledge condujo a Samantha a un gran cuarto posterior. Las
plumas de un electroencefalógrafo de tres canales estaban trazando
ondas sobre franjas móviles de papel de diagramación. La máquina
en sí se hallaba conectada a la consola de una computadora, y la
señora Rutledge le explicó como la lectura se trasmitía en forma
directa a MEDIC. Pero lo más interesante era una ventana de vidrio
de 1.20 por 2.40, que Samantha conjeturó estaría azogada por el
otro lado. A través de ella pudo ver a un hombre joven que cambiaba
de postura en el sueño.
Flotaba
a través de sus ensueños, como un feto se mueve con suavidad en el
vientre de su madre. Acabó por quedarse en reposo, en posición
supina, con las sábanas hechas una montaña de arrugas a los pies.
No tenía puesto más que un par de calzoncillos cortos de color
azul. Los alambres de los electrodos sujetos a su cuero cabelludo
estaban conectados a un enchufe de la cabecera de la cama.
La
señora Rutledge señaló las plumas del EEG. Habían terminado el
trazo de una onda e iniciaban una serie de vibraciones.
-Está
soñando -explicó-. Obsérvele los ojos.
Las
mejillas dle joven mostraban pequeñas contracciones espasmódicas,
fruncían los labios y luego volvía a relajarlos. La cara entera
perdía su estado de tensión, la mandíbula inferior se aflojaba
hasta dejar una ligera abertura en la boca. Al mismo tiempo, Samantha
observó que su respiración iba en aumento. Luego, poco a poco, pero
en forma perceptible, los ojos del joven empezaron a dar vuelta, bajo
los párpados cerrados. Como topos que se refugian en la madriguera
subterránea, sus ojos vagaban sin rumbo, primero hacia un lado,
luego hacia arriba, después hacia abajo. De cuando en cuando, el
durmiente desviaba la mirada y los párpados temblaban. Aquellos
ojos circulantes escrutaban la oscuridad en alas de la fantasía. Le
recordaban a Samantha las tenues sacudidas de los cachorros
durmientes.
El
muchacho permaneció inmovil, boca arriba, con las piernas separadas.
Una protuberancia empezó a levantarle la trusa. Samantha sintió que
se ruborizaba a medida que la erección del muchacho aumentaba. Miró
a la señora Rutledge y observó que ella también había notado el
fenómeno.
-Es
un sueño interesante, no cabe duda.
-Siento
que estoy siendo una intrusa -comentó Samantha, apenada.
-Es
una tontería. Sus estudios de biología deben haberle enseñado que
esto es normal cuando los hombres sueñan. Lo malo -concluyó
guiñando un ojo- es que no tengamos el grado de adelanto suficiente
para registrar sus sueños en una videocinta.
Samantha
rió con espontaneidad. El erotismo de la señora Rutledge la tomó
por sorpresa. No daba la impresión de ser una persona que se
complaciera con esa clase de pasatiempos. Lo que sucedía,
probablemente, era que como estaba viéndolo todos los días, decidió
encontrarle el lado humorístico.
-¿Hay
que ponerse esa clase de ropa para dormir?
-Póngase
la que usted quiera -contestó la señora-. Puede acostarse desnuda,
con pijama, con sostén y pantaletas... Lo que le resulte más
cómodo. Si quiere puede ponerse un impermeable.
-Tal
vez él debía haberlo hecho -comentó la chica apuntando al interior
del cuarto.
La
señora Rutledge sonrió y sugirió:
-¿Será
ya hora de que respetemos su intimidad?
-No
sé -repuso Samantha-. Esto empieza a resultar interesante.
Sin
embargo, asintió con la cabeza y las dos regresaron a la oficina. La
señora se sentó detrás del escritorio e hizo seña a la chica para
que ocupara una silla.
-¿Qué
le parece señorita Kirstin? ¿Le gustaría participar? El empleo es
fácil, la paga buena y usted sale del trabajo con una auténtica
sensación de descanso. Yo puse el aviso en el tablero apenas esta
mañana. No tengo atención de apremiarla, pero esta clase de
ocupación es popular, por razones obvias. No sé si todavía haya
puestos vacantes mañana.
-Usted
me ha convencido, señora Rutledge. Creo que este empleo es como
bostezar.
-Muy
bien -contestó sonriendo-. ¿Sus estudios de posgrado tienen la
flexibilidad necesaria para que los organice en torno al horario de
nuestra investigación?
-Creo
que sí. Yo doy clases dos mañanas a la semana, pero el resto del
tiempo está prácticamente a mi arbitrio.
-Entonces
no queda más que la formalidad de la solicitud. ¿Goza de buena
salud?
-Sí.
-¿Toma
drogas en forma regular?
-No
-¿Ha
tenido alguna vez problemas para dormir?
-Duermo
como un lirón.
-Muy
bien. Llene el resto de este cuestionario y fírmelo.
Samantha
recorrió la hoja, llenó los espacios en blanco y proporcionó la
información biográfica que se le pedía. La pregunta 14 la hizo
titubear: estipulaba que las solicitantes mujeres no debían estar
encintas, con el objeto de proteger al feto de cualesquier efectos
negativos del nuevo medicamento que estuviera investigándose. La
pregunta pedía la fecha de su última menstruación. Después de
pensarlo un momento dio como tal una semana antes. Luego, respondió
a las demás preguntas, firmó la solicitud y la forma de
consentimiento requerida y las devolvió a la secretaria.
La
señora Rutledge miró por encima el documento y le abrió un
expediente.
-¿Cuándo
puede empezar? -le preguntó.
-Mañana
tengo clase. Supongo que podría venir al día siguiente.
-De
acuerdo. La veré dentro de dos días, a las nueve en punto. Con toda
seguridad el doctor Bryson estará aquí. El querrá conocerla antes
que empiece a trabajar. Una última cosa, trate de no dormir mucho
mañana en la noche. Hay personas que tienen dificultad para dormir
de día. Si está cansada, el primer día será menos excitante y
podrá relajarse con más facilidad.
-¿Debo
traer algo cuando venga?
-Sólo
lo que acostumbre como ropa de dormir.
Samantha
se despidió y salió del edificio con una sensación de alivio. Aún
no tenía dos meses de preñez y sabía que con su figura esbelta el
embarazo no sería evidente antes de que pasaran otros tres meses.
Para esas fechas, con pagos regulares, sus finanzas se habrían
nivelado para el resto del año. Además, una vez admitida como
participante en ese programa tal vez le permitirían continuar si
aceptaba dar una firma de consentimiento.
Al
ir caminando por entre los edificios de la universidad, algo la
perturbaba. Era una inquietud que no podía identificar. Hurgó entre
sus pensamientos y al fin descubrió un temor confuso. Le preocupaba
la idea de una droga, pues sabía que algunos medicamentos estaban
contraindicados durante el embarazo. Pero... ¿las píldoras para el
sueño? ¡Miles de mujeres encintas deben tomarlas! Ella misma tenía
amigas que habían tomado toda clase de somníferos durante su
preñez, y sus bebés estaban en perfectas condiciones. ¿Por qué el
suyo tendría que ser diferente?
No
conocía la respuesta y sabía que no la tendría jamás. Una vez que
tomara el medicamento no podría descansar tranquila hasta que el
bebé naciera. Pero no tenía sentido preocuparse por eso desde aquel
momento. Estaba haciendo lo que tenía que hacer. Era un simple
problema de supervivencia.
Si este texto te gustó puedes hacer tres cosas:
1.- Comparte en tus redes sociales
2.- Deja tus comentarios
3.- Deja tu correo para que recibas las nuevas obras publicadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario