domingo, 4 de diciembre de 2011

Cuento de animales y locuras


EFECTO ZOOILÓGICO

-El mundo  es un lugar extraño –susurró Mirna al ver la procesión de tortugas que avanzaban  con parsimonia (como sólo una tortuga sabe hacerlo),  por la calle, deteniendo el tráfico.
Las personas se bajaban de sus carros para ver tan singular acontecimiento, tomaban fotos y varios escribían, seguramente para compartir la experiencia por su twitter o facebook.
-¡Voy a llegar tarde al trabajo! –gritó Mirna enojada, no podía salir de su cochera porque un auto tapaba la entrada.
-¡Hay miles de tortugas por la calle! –Le dijo la desconocida cómo si Mirna no las pudiera ver-. No puedo mover el carro, las voy a aplastar.
La muchacha sonreía bobalicona y miraba embelesada a los lentos animalitos,  como el resto de las personas ahí paradas, a Mirna le dieron ganas de encajarle los tacones de sus zapatos en los ojos para quitarle esa expresión estúpida del rostro.
Mirna abrió el cancel de su cochera, se subió a su carro y avanzó hasta quedar a unos centímetros del auto que le estorbaba. Tocó el claxon y todos voltearon a verla con asombro, en circunstancias normales más de uno le hubiera gritado o quizá hasta la habrían golpeado, ahora se limitaban a sonreírle y hacerle la señal universal de amor y paz.
Mirna tuvo que esperar, no entendía el porqué de tanto alboroto, después de todo sólo eran tortugas y por la cantidad que había ni siquiera eran animales en peligro de extinción. Es verdad que estaban bastante alejadas de la costa y era un poco inusual el hecho de verlas tan tranquilas por la calle pero eso era problema de los especialistas y Mirna no era una especialista en comportamientos extraños de animales.
Ella era una ejecutiva de ventas de una prestigiosa firma de software. Era eficiente e implacable en su trabajo, esperaba convertirse en vicepresidenta en cinco años más. Estaba dispuesta a todo con tal de conseguir lo que se proponía, obviamente llegar tarde a una cita con un importante cliente no hablaría muy bien de ella. Llamó para avisar que iba retrasada, para su sorpresa se encontró con que el cliente también iba tarde pues estaba varado ante un desfile de patos que recorría una de las principales avenidas de la ciudad. El cliente estaba eufórico y maravillado ante el espectáculo. Pospuso la cita pues decidió que se iría de vacaciones con su familia en ese momento.
-La vida nos da lecciones cuando menos lo esperamos –le dijo por teléfono-. Esto debe tener un significado, me voy con mi familia a disfrutar el ahora –el cliente colgó.
A Mirna le pareció una reverenda tontería la decisión del señor, la estaba privando de una importante comisión y no sabía cuándo podría cerrar esa venta. Ahora tendría que esperar a que al cliente se le pasara el “efecto zooilógico” para concertar otra cita. Por lo menos no llegaría tarde al trabajo pues las dichosas tortuguitas ya habían avanzado lo suficiente como para que los carros dieran vuelta en busca de vías alternas.
Mirna llegó al trabajo sin más contratiempos pero se sorprendió al encontrar el estacionamiento casi vacío. Su sorpresa mayor fue al encontrar la puerta del edificio cerrada.
Lo que me faltaba, pensó.
Mirna buscó al guardia de seguridad para preguntarle qué sucedía en el edificio, lo primero que cruzó por la mente de la chica fue una situación de amenaza de bomba, con tanta violencia en el país era algo posible. Bombas, granadas y amenazas por parte del crimen organizado se estaban volviendo el pan de cada día.
-Pero no en esta ciudad –la chica se sobresaltó con el sonido de su voz, no estaba acostumbrada a hablar sola y no era su intención decir esa parte de su pensamiento en voz alta.
El guardia no apareció por ningún lado. La chica se metió a su carro, pensó en llamar a sus colegas pero observó, con disgusto, que su celular no tenía señal. Mirna sintió unas gotas de sudor en su frente, sacó las toallitas húmedas que siempre tenía a la mano para esas situaciones y se limpió. Su blusa comenzaba a pegarse en su espalda, la temperatura había aumentado unos grados y ella transpiraba profusamente. El cielo se oscureció de pronto, la chica salió esperando ver las nubes negras que habían ocultado al sol, en su lugar se encontró con bandadas de pájaros que cubrían gran parte del cielo.
Un poco de guano le cayó en la blusa.
-¡Mierda!
La chica subió al auto justo a tiempo, al parecer las aves decidieron defecar en el mismo momento y el carro se cubrió de una materia blancuzca y babosa.
Ese fue el colmo para la muchacha. Decidió que no podía seguir esperando y menos presentarse a su trabajo en esas condiciones. Prefería las granadas al “efecto zooilógico” y no saldría de su casa hasta que los especialistas arreglaran esa absurda situación. Accionó los limpiaparabrisas, el movimiento ondulatorio que hacían la tranquilizó un poco. Como si me hipnotizaran, pensó. Repitió la operación una y otra vez aunque no sabía si era para limpiar los vidrios o para calmar su mente.
Salió del estacionamiento.  La calle vacía la puso nerviosa, eso no era normal, puso el radio (no para escuchar música, a ella no le gustaba la música la distraía de los asuntos importantes y no necesitaba ninguna distracción en su vida) para escuchar las noticias,  en lugar de encontrarse con una reconfortante voz que le explicara lo sucedido se encontró con John Lennon cantando Imagine, cambió de estación pero en todas estaba la misma canción.
Mirna observó que miles de hormigas bajaban de los árboles y se unían al desfile de insectos que avanzaba por la banqueta cubriéndola por completo, inundándola de colores. Una señora que barría la calle comenzó a gritar al ver que los animales se le acercaban, su terror fue tan grande que se desmayó; Mirna detuvo el carro ansiosa por ver lo que harían los insectos al enfrentarse con la montaña humana que les cubría el paso. Los animales continuaron su marcha sin inmutarse, en un momento el cuerpo de la señora se cubrió de bichos. 
Mirna no sabía si la señora estaba viva o muerta, recordó la escena de una película en donde los gusanos devoraban a un muerto y dejaban sólo su esqueleto, avanzó un poco y miró por el retrovisor, se encontró con la temida imagen: huesos en lugar de la señora que barría hacía unos instantes. La muchacha sacudió la cabeza y observó de nuevo: la montaña de insectos seguía cubriendo a la señora, Mirna se retiró con rapidez para evitar que su mente le hiciera otra broma. Dio vuelta en la primera calle que encontró para no seguir en el camino de los animales, al parecer todos avanzaban en la misma dirección.
Unas cuadras adelante había una iglesia  atiborrada de gente incluso el atrio estaba lleno de personas que oraban, algunas lloraban temerosas, otras tenían semblantes de éxtasis.
-¡Tienen cara de orgasmo! –gritó la chica y comenzó a reír. Se detuvo de pronto, avergonzaba por la situación, esperaba que nadie la hubiera escuchado.
Se topó con otro congestionamiento vial. Había personas sentadas en el techo de sus vehículos seguramente observando otra procesión de alguna especie animal que no tenía nada que hacer en una ciudad.
Mirna detuvo el carro, lo apagó y comenzó a llorar. Su llanto se convirtió en un aullido, la chica parecía un animal herido. El mundo se había trastornado y nadie parecía darse cuenta. Ella podía vivir en un mundo violento, egoísta, cruel o estúpido pero no podía vivir en un mundo ilógico y los animales adueñándose de la ciudad era lo más ilógico del mundo.
Los aullidos de dolor se convirtieron en sollozos; los sollozos, en carcajadas.
Mirna reía tanto que le dolía el estómago, quería dejar de reír pero no podía: todo era absurdo, ella era absurda. Se orinó y el ataque de risa fue más intenso.
Nadie le puso atención a la chica que se convulsionaba de risa en el automóvil sucio; estaban embelesados observando a los zorrillos que caminaban orondos sabiéndose dueños de la calle.
La chica en el carro dejó de reír, observó el lugar en el que se encontraba, acarició el respaldo del asiento y le gustó la textura suave y resbalosa. Se fijo en sus manos delgadas, en las uñas rojas. Había una palabra para llamar a ese objeto que tenía en el dedo pero no la recordaba. Tampoco recordaba quién era o qué hacía ahí. Todo está bien, le dijo una voz que salió de su mente. Ella se sintió tranquila y… había una palabra para nombrar ese estado de calma y satisfacción que la embargaba pero no la recordó.
 El olor que despedía su entrepierna no le agradó, sintió la tela mojada, bajó del carro y se quitó la falda. Se topó con su reflejo en el cristal de la ventana, una cara seria la observaba y no le gustó el semblante de esa persona. Sonrió: la chica traslúcida  también.
Un olor desagradable la perseguía, se quitó la blusa y la ropa interior, por fin se sintió mejor.
Caminó maravillada ante lo que veía: los colores, los objetos, las personas. Las personas la veían y sonreían, otros se tapaban los ojos. Uno se acercó y la cubrió con un (moño pensó, pero creyó que esa no era la palabra que buscaba) con un… no importaba.
Se sentía  protegida y a salvo.
Decidió que quería sentirse así para siempre y se aferró a los brazos que la rodeaban.



FIN

2 comentarios:

  1. Asombroso cuento, Tania. Intenso, lleno de imágenes y sensaciones. Felicidades!!

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  2. Gracias por tu comentario Alejandra! un abrazo

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