El vaso con whisky permanecía sobre la barra, retador, descarado, seductor. Yo admiraba la mancha de carmín en el borde y me imaginaba el sabor de esos carnosos labios.
Ella se contoneaba a mitad de la pista. Una gota de sudor se deslizó por su escote, su piel brillaba bajo las luces. Mi erección fue instantánea, quería poseerla ahí mismo, bajo la mirada de todos los presentes. Imaginé mis manos bajo su falda, acariciando sus muslos.
-¿Le sirvo otra copa? -me preguntó el mesero.
-No, gracias. Así estoy bien.
Ella llegó a mi lado, tomó el vaso con una mano temblorosa, me sonrió.
-Deja de mirarme de esa manera -me dijo-. Regresa a tu casa y olvidemos todo.
-¿Olvidar
que conocí a la mujer más espectacular del mundo? Imposible, te
recordaría incluso si tuviera amnesia. Puedo olvidar todo, menos tu
rostro, tu cuerpo, tu manera de moverte. Si fuera un poco más
decente te diría que te quiero hacer el amor aquí mismo, sobre la
barra de este mugroso bar que hoy se engalana con tu presencia. Pero
la decencia y yo nunca nos hemos llevado bien, así que mejor cierro
la boca, para evitar que las palabras me traicionen.
-Las
palabras siempre te han traicionado. Sobre todo las que pones en
papel, pero te engañas corazón, eres más romántico que
cualquiera, por eso me gustas.
-Guapa
e inteligente ¿de que planeta saliste?
-De
ninguno, deambulo por este desde hace millones de años. Y por más
que te evite siempre termino aquí, contigo.
-No
termines aquí, mejor terminamos juntos.
Se
acercó a mi, la tomé por la cintura, una descarga eléctrica
recorrió mi cuerpo y cuando me besó mi mente se puso en blanco.
Desperté
a la mañana siguiente con una resaca de whisky, ron, vodka y
tequila, cosa extraña porque sé que no había tomado más que una
copa de alcohol. Era ella la que me había embriagado con su sexo,
con sus manos, con su lengua...
El
ruido de la regadera era una invitación a seguir disfrutando la
lujuria de su carne. Me paré y abrí la puerta del baño. La vi y no
pude contener la arcada que surgió de mi estómago. Lo peor fue
cuando me sonrió con esa boca descarnada.
-Dijiste
que me amarías siempre y voy a renunciar a todo. Es una locura,
porque no sé cómo ser diferente a lo que soy. Tengo miedo. ¿Vivir
es tener miedo?
Creo
que advirtió mi mueca de asco cuando comprendí que ella era la
muerte, mi señora muerte.
Creo
que se sintió traicionada por ese segundo de duda que tuve al verla
como de verdad es, creo que pensó que lo mío era calentura y no
amor. Creo que por eso me mató. Creo que la vi convertida en
gorrión, como aquella vez, creo que estas palabras las escribí en
otra ocasión, creo que “el pico se abrio más y más, la cabeza
del gorrión se acercó a mi y el resplandor sonoro del amarillo
avanzó suavemente y me envolvió”.
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