sábado, 22 de febrero de 2014

Cuento corto

HOMENAJE


El vaso con whisky permanecía sobre la barra, retador, descarado, seductor. Yo admiraba la mancha de carmín en el borde y me imaginaba el sabor de esos carnosos labios.


Ella se contoneaba a mitad de la pista. Una gota de sudor se deslizó por su escote, su piel brillaba bajo las luces. Mi erección fue instantánea, quería poseerla ahí mismo, bajo la mirada de todos los presentes. Imaginé mis manos bajo su falda, acariciando sus muslos.


-¿Le sirvo otra copa? -me preguntó el mesero.


-No, gracias. Así estoy bien.


Ella llegó a mi lado, tomó el vaso con una mano temblorosa, me sonrió.


-Deja de mirarme de esa manera -me dijo-. Regresa a tu casa y olvidemos todo.


-¿Olvidar que conocí a la mujer más espectacular del mundo? Imposible, te recordaría incluso si tuviera amnesia. Puedo olvidar todo, menos tu rostro, tu cuerpo, tu manera de moverte. Si fuera un poco más decente te diría que te quiero hacer el amor aquí mismo, sobre la barra de este mugroso bar que hoy se engalana con tu presencia. Pero la decencia y yo nunca nos hemos llevado bien, así que mejor cierro la boca, para evitar que las palabras me traicionen.

-Las palabras siempre te han traicionado. Sobre todo las que pones en papel, pero te engañas corazón, eres más romántico que cualquiera, por eso me gustas.

-Guapa e inteligente ¿de que planeta saliste?

-De ninguno, deambulo por este desde hace millones de años. Y por más que te evite siempre termino aquí, contigo.

-No termines aquí, mejor terminamos juntos.

Se acercó a mi, la tomé por la cintura, una descarga eléctrica recorrió mi cuerpo y cuando me besó mi mente se puso en blanco.

Desperté a la mañana siguiente con una resaca de whisky, ron, vodka y tequila, cosa extraña porque sé que no había tomado más que una copa de alcohol. Era ella la que me había embriagado con su sexo, con sus manos, con su lengua...

El ruido de la regadera era una invitación a seguir disfrutando la lujuria de su carne. Me paré y abrí la puerta del baño. La vi y no pude contener la arcada que surgió de mi estómago. Lo peor fue cuando me sonrió con esa boca descarnada.

-Dijiste que me amarías siempre y voy a renunciar a todo. Es una locura, porque no sé cómo ser diferente a lo que soy. Tengo miedo. ¿Vivir es tener miedo?


Creo que advirtió mi mueca de asco cuando comprendí que ella era la muerte, mi señora muerte.

Creo que se sintió traicionada por ese segundo de duda que tuve al verla como de verdad es, creo que pensó que lo mío era calentura y no amor. Creo que por eso me mató. Creo que la vi convertida en gorrión, como aquella vez, creo que estas palabras las escribí en otra ocasión, creo que “el pico se abrio más y más, la cabeza del gorrión se acercó a mi y el resplandor sonoro del amarillo avanzó suavemente y me envolvió”.



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